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Más allá del amor, del polvo de
los desiertos y el limo de los mares, el hilo de oro de la
tradición jamás perdido y jamás desdeñado por completo une
a los hombres de hoy con los tiempos que desaparecieron. En
la hora actual termina un período de amplitud prodigiosa y
llegamos a esta edad de hierro, a su final, o dicho de otro
modo al final de los tiempos, al fin del Manvatara.
Otra era
despuntará para conquistar el amor astral, pero sólo después
del final de esta edad de hierro, del mismo modo que un hombre
no puede renacer a una nueva vida sino después de la muerte.
Este prodigioso drama histórico, que supera todas las tragedias
posibles, no puede ser abordado sino a la
luz de la tradición.
Por primera vez, nosotros intentaremos ahora revelar sus caracteres,
los cuales no pueden ser otros que los trazados desde toda
la eternidad en la bóveda del templo, o sea en el lenguaje
luminoso de los astros. La cuestión que nos proponemos plantear
es la siguiente: este fin de los tiempos se acelera cada vez
más, ya que toda manifestación, o sea todo descenso del espíritu
a la materia, está condenado a distanciarse del principio primero
y del centro de todo conocimiento y de todo poder, de Dios.
Este alejamiento es el símbolo mismo de la caída cósmica y
de la regeneración. El signo de Cáncer, el de la Luna, del
cual hemos dicho anteriormente que se encontraba en posición
privilegiada, en el mediodía, en el cénit (cuando su puesto
normal es el de medianoche, en el nadir) nos da las fechas
en cuestión., Cuando el
hombre puso el pie en la Luna, los
tiempos de que hablamos se acercaron, dejaron de hacer una
vaga e hipotética amenaza para los siglos venideros. Este signo
representa además otras muchas cosas que iremos analizando
más adelante. No obstante, hemos de añadir
que el día de la conquista de la Luna, y para respetar esta
emergencia Libra Cáncer, los luceros, es decir, el Sol y la
Luna, se hallaban uno en Cáncer (el Sol) y el otro en Libra
(la Luna). Tales eran, en efecto, las posiciones astrales del
21 de julio de 1969, en el instante preciso en que se efectuó
el primer paseo sobre la Luna. |
El amor encierra un signo, un testimonio y
una profecía. Toda sociedad se funda en un acuerdo mutuo de
amor entre sus miembros y da origen a un reparto de las tareas.
Este repar to implica, a su vez, una jerarquía. El hecho de
que se niegue la jerarquía, sea en el ámbito local, sea globalmente,
como sucede actualmente en el mundo occidental, manifiesta,
pues, un desacuerdo, en lugar de un acuerdo.
Existe un lazo
sutil entre el cielo y la tierra, entre el amor y el odio,
entre las grandes leyes naturales y el hombre. Nuestra civilización
es la primera que se ha librado de ese lazo. No sólo estima
que al hombre le es lícito pasarse sin este acuerdo, sino que
juzga necesario abolido.
De la estabilidad se ha pasado a la
revuelta. De la adoración, a la revolución. La historia de
esta lucha, de este antagonismo entre el hombre y la naturaleza
que lo rodea, constituye los tiempos modernos. Por esencia,
la idea de Dios es una idea unitaria. En consecuencia toda
autoridad humana no podía ser masque una delegación de la autoridad
divina. El día que se disputó esta idea se arruinó la idea
misma de unidad. De aquel instante datan los tiempos modernos.
La autoridad, fija e intransferible, no podía transmitirse
sino por una consagración. Ser consagrado significaba ser escogido.
Así pues, lo consagrado no es más que algo que ha sido preparado
para una misión determinada, frecuentemente de manera oculta.
Esta autoridad tenía un símbolo: el Sol, que no recibe la luz
más que de sí mismo. En la civilización moderna sucede al revés,
la autoridad sólo procede del pueblo. Mientras en otro tiempo era
invariable se convierte ahora en variable. Tales son el caso
de muchísimas naciones democráticas, cuyo poder se ve directamente
influenciado por el pueblo, que
es en definitiva quien calibra el poder a quien se somete.
Hoy la representa simbólicamente, y no es precisamente por
azar,
la Luna, imagen, según la tradición, de todo lo que varía,
todo lo que cambia, todo lo que es satélite de algo,
todo lo que es eclipse, error o espejismo. Esta civilización se construyó
a partir del amor y de la idea de unidad, dado que la
Tierra es la imagen
del Cielo. |
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Desde entonces, y situándose como se sitúa
en el polo opuesto, la civilización moderna no podía crecer
sino a partir de la idea de multiplicidad. Si la unidad presupone
la responsabilidad, la multiplicidad no acarrea más que irresponsabilidad.
Antiguamente, la consagración daba el poder y las responsabilidades
a uno solo. La consagración moderna, con la papeleta electoral,
sólo concede una fracción de ese mismo poder, junto con la
irresponsabilidad. ¿Por qué ese poder pasajero? Sencillamente,
porque el poder que emana de todos no es más que un equilibrio
inestable, puesto a discusión incesantemente, entre la voluntad
del jefe, quien, por definición, ve más lejos que sus mandatarios,
y los deseos contradictorios de la masa.
Al decir masa, nos
referimos tanto a las ideas izquierdistas, derechistas, centristas
e incluso anarquistas. Así pues, la imagen de la Luna que lo
simboliza, el poder no puede ser más que una fase que da origen
a otra fase, y así sucesiva y continuamente. |
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